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Alea jacta est (I)

Publie le Jueves 7 de julio de 2005 par Open-Publishing

Por Moritz Akerman

La suerte está echada. Julio César, el senador y jefe militar romano pronunció esta sentencia al cruzar el Rubicón e ingresar a Roma para convertirse en el primer Emperador, dejando atrás la República: era el comienzo del Imperio y el declinar de Roma. Colombia también ha decidido cruzar su Rubicón. Ha pactado con el actor más agresivo y dinámico, que tiene la sociedad colombiana en este período: El Paramilitarismo.

Sí, el más dinámico. Ningún otro factor de la vida nacional ha transformado tan violentamente y en tan poco tiempo el paisaje cultural, social, económico y político con esa suerte de acumulación de narcocapital. Ha modificado la economía, con nuevos renglones agroindustriales, nuevas compañías aéreas, la inversión en sistemas de comunicación -en varias ciudades intermedias participan en la introducción de sistemas de seguridad visuales a través del internet inalámbrico- han potenciado la regionalización económica ensanchando la frontera agrícola: los extramuros regionales son generadores de nuevas empresas de palma africana y otros cultivos de plantación. Al tiempo, realizan la más violenta contrarreforma agraria -la revista Cambio recientemente ilustró el caso de Urabá- sólo comparable a la que se hizo con la otra guerra, que eufemísticamente llamamos La Violencia y de la que surgió la estructura del poder actual.

Debiesen ser asunto de análisis las nuevas capas sociales que de allí se están desprendiendo. Del binomio "patrones"-peones, ha surgido un "nuevo campesinado" que se transporta en moto y que dejó como asunto de museo al Juan Valdés de la mula y el café. Es un "campesinado" que juega de peón diurno y de paramilitar nocturno. Si bien trabaja en el campo, intercambia e influye decididamente en los cinturones populares de las ciudades. Mientras, sus "patrones" hacen tránsito de "señores de la guerra" a "empresarios" urbanos y agroindustriales, en un equilibrio inestable entre lo legal y lo ilegal. El resultado: controlan parte de la economía, algunos servicios del Estado como ARS, y la "seguridad" de amplias regiones de la geografía nacional. Han incursionando con éxito en los últimos tres años en el dominio político y de "seguridad" de algunas capitales departamentales, donde han llegado a relaciones simbióticas con las administraciones municipales: los alcaldes se permiten reclamar el éxito de la disminución de los homicidios y de los delitos contra la propiedad, mientras que muchos sectores populares confunden esa pax ¿romana? y esa "seguridad", con la seguridad democrática.

Estas son descripciones superficiales del actor con quien el Estado ha pactado, y de alguna forma, la sociedad también. Sin duda, ha pagado "la entrada a la fiesta". De las tres patas en que se sustenta el paramilitarismo -los "ejércitos" irregulares, la economía ilegal del narcotráfico y sucedáneos, y su poder político-regional- ha entregado lo más visible y urticante de su aparato militar, que no todo: cerca de 10.000 hombres-fusil. Nadie podrá calificar este hecho de despreciable, pero tampoco nadie podrá afirmar que el paramilitarismo ha muerto. Ojalá sus redes no continuaran cobrando a cada familia en los barrios y veredas, a cada tienda y taller, y no mantuvieran la extracción de rentas de las grandes empresas agrícolas, al tiempo que, por ser intensivas en mano de obra, dejaran de convertirlas en escampadero de sus gentes. Si este sistema "tributario" y de "seguridad" continuara siendo la base de su poder político-regional, poder que pugna por convertirse en movimiento político abierto, sólo podremos afirmar que el paramilitarismo se ha transformado para quedarse. La democracia colombiana no será la misma después de este proceso. El límite de su ejercicio, más que la propia formalidad de la Ley, lo determinaría esa "presencia en su ausencia" y tendería a convertirse en una autocensura -por el temor- de las organizaciones sociales y políticas. Colocados frente a este desafío, al menos, debemos hacer conciencia del mismo. (Continúa).