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La maquina de coser

Publie le Domingo 10 de julio de 2005 par Open-Publishing

de Francisco J. SANCHO MÁS

Es una Singer de esas antiguas de pedal y rueda, con una cuerda en tensión remendada mil veces y una aguja que cae siempre cerca de los dedos. Los dedos pasan por el borde del pinchazo a una velocidad tan imposible para los ojos que da vértigo. Los dedos ya curvados perfilan la inmensa tela que se cose pulgada a pulgada por el trazo de un patrón de memoria. Los dedos son de la mujer que está de espaldas a la puerta por la que hoy me asomo, para observarla mejor de cerca. Es de noche, la luz muy pobre y habrá que adentrarse en la casa con cuidado para oír y ver. Ojalá vengan conmigo, acérquense sin hacer ruido.

Más que nada es por los niños que duermen al fondo, pegaditos los tres en una cama sobre un colchón delgado, acostumbrados a soñar en un breve espacio sin apenas moverse para no interrumpir el sueño del otro hermano. Se despertarán por cualquier ruido distinto al de la rueda y las puntadas de la máquina de coser. Ya están acostumbrados a dormirse con él. Algunas veces se va a escuchar un gemido de repente, cuando uno de los dedos menos diestros, después de muchas horas de correr al borde de la aguja, se acerca demasiado y se hiere, con una mancha roja que surge como un acontecimiento. La mujer está acostumbrada también al sabor de su sangre y con la saliva cicatriza enseguida la yema. Hasta este mismo dolor es una costumbre.

Robarle horas al día no es fácil. Peor cuando hay una familia a cuestas. En la mañana hay que alistar temprano todo para estar a tiempo en la fábrica de la zona franca, y allí seguir cosiendo piezas y piezas. Al atardecer, llegar a la casa y a seguir cosiendo. Lo malo deben ser los pensamientos, los recuerdos, todo eso. Son peligrosos, dejarse llevar por ellos unos segundos, mientras la aguja cae una y otra vez entre los dedos, puede producir una herida más grande. Y no hay más tiempo en el día que veinticuatro horas pequeñas, demasiado pequeñas para sacar todo adelante. Su salario en la zona franca no llega a cien dólares. Viviendo en Managua, eso hoy en día no es más que la ilusión de nada, la ilusión de que se tiene un trabajo, pero todos los días se pregunta si no sacará algo más cosiendo por su cuenta, como hace por las noches. En la zona franca puede que esté asegurada, eso está bien, pero ella me dijo una vez que para las enfermedades que cubre el seguro ya casi se cura ella sola. Puede que sea una exageración, lo cierto es que rara vez ha puesto sus pies en la consulta del doctor.

Son cientos, me cuenta, las que trabajan con ella cosiendo en el mismo tramo de la zona franca. Casi no tienen relación unas con otras porque viven cambiando de trabajo, yendo y viniendo de la fábrica. No es algo para toda la vida, sólo para salir del medio paso mientras se encuentra otra cosa, pero a veces ya no merece la pena. Muchas de las mujeres que trabajan en zonas francas pasan de ser empleadas domésticas a costureras u operarias de la fábrica. Hay miedo, me sigue contando, de pedir permiso para ir al médico, para llevar el niño al pediatra, o de ir al baño más de una vez porque se tenga algún problema. “Hay miedo de que le azareen a una, no sólo de que la corran”. Yo la escucho mientras espero que salga de la máquina un pantalón que compré defectuoso y que ella corrige.

Le pregunté que si desde que estaba trabajando en la zona franca, había experimentado algún cambio a mejor en su vida. “Sigo en lo mismo, sigo sin poder ponerle piso a esta casa. Es la misma tierra y la misma madera”. Y también, añadiría yo, la misma máquina de coser de siempre.

Una vez el que ahora es ministro de Hacienda defendía las ventajas del Cafta diciendo que potenciará aún más las zonas francas y le enorgullecía que durante el gobierno del ingeniero Bolaños se habían abierto tantas nuevas maquilas como meses llevaban gobernando. Por aquel entonces estaban cerca de cumplir los dos años y daba escalofríos pensar en cuántas instalaciones y cuánta mano de obra significaba eso. Y sin embargo, resulta difícil observar el progreso que hayan podido traer estas fábricas manufactureras de todo, y tan volubles que hoy pueden estar acá y mañana en otro lado que les ofrezca mejores condiciones. Para EU puede llegar a ser más rentable tener a cientos de miles de centroamericanos cosiendo piezas de ropa que seguir importándola de las manos de cientos de miles de chinos. Para ser más competitivo que los chinos, hay que poner mejores condiciones, y eso pasa por tener los costes laborales más bajos, es decir, menos derechos de los trabajadores y salarios mínimos.

Es difícil pensar en un progreso que pase por el régimen de zonas francas, y el hecho de que después de unos años no se haya visto el progreso que todo esto iba a traer es una prueba más de lo que estoy diciendo. Esperar que los trabajadores de Nicaragua sean protegidos por las autoridades que debieran velar por sus derechos, es esperar demasiado, porque ya tenemos ejemplos donde se evidencia que acá se está dispuesto a darle prioridad a una empresa por encima de los seres humanos, si no, sólo hace falta mirar a los campesinos del Nemagón tantos años después. Nicaragua ni siquiera ha podido conseguir que se le haga justicia a un grupo de trabajadores con una razón tan clara.

Que no era posible el progreso sin que los trabajadores gozaran de sus derechos fue un largo aprendizaje en la Europa de la Revolución Industrial. Se comprobó que la producción en masa no tenía sentido si los potenciales consumidores no podían comprar los productos, porque no les quedaba con qué. El rendimiento de un trabajador cuando no es esclavo, depende de las condiciones de vida que tenga.

El peor futuro para Nicaragua es que se parezca a su presente. Una repetición de pesadilla donde todo siga igual. Desde que la conozco, ya hace algunos años, cuando he pasado por la casa de mi vecina costurera, todo sigue igual. No ha habido tiempo diferente desde entonces. Uno la ve de espaldas, a veces con una toalla sobre los hombros cobijándose de la noche que refresca, empujando sin parar el pedal y la rueda, haciendo correr la tela infinita con la paciencia de quien algo espera. Para que todo siga igual, para que no cambie a peor es demasiado el esfuerzo y duele. Tendríamos que hacer mucho más para avanzar hacia delante, mucho más que un Cafta que ya sabemos a quién beneficia, mucho más por supuesto que una disputa legal entre Cortes de Justicia, mucho más que consultorías que luego se engavetan y no sirven para nada, o al menos no ha servido nada de ello, para que la mujer de la que les hablo deje de estar desvelándose frente a una vieja máquina de coser que se mueve sin parar todas las noches. Todas las noches la he visto. Y a pesar de todo, ella sigue esperando mientras se mueve la rueda.


Foto Giorgio Trucchi y END