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Robert Fisk, nuestro hombre en Bagdad

Publie le Lunes 3 de octubre de 2005 par Open-Publishing

Sus crónicas sobre la guerra en Irak alientan la conciencia crítica antibélica.

Por David Barsamian, director de www.alternativeradio.org

En una era de periodismo superficial en la que los periodistas sólo acuden a los sitios cuando se desencadena una crisis importante, el británico Robert Fisk es una reliquia. Como corresponsal en Oriente Próximo para The Independent (en España, sus crónicas son publicadas por La Vanguardia), ha vivido en Beirut durante casi 30 años.
Fisk se indigna ante lo que se intenta colar como periodismo hoy. Desprecia a la Administración Bush y a los neoconservadores que confunden la realidad con las fantasías de sus cabezas y no tiene paciencia con los yihadistas, estén en Washington o en Oriente Próximo. Lo entrevisté en su espacioso piso con vistas al Mediterráneo, donde daba los últimos toques a su nuevo libro, The Great War for Civilization: The Conquest of the Middle East (La gran guerra de la civilización: la conquista de Oriente Próximo), que publicará la editorial HarperCollins este mes de octubre [Entrevista extraída de The Progressive].

Hábleme de su nuevo libro

Mi padre fue un soldado en la primera guerra mundial. Cuando murió a la edad de 93 años en 1992, heredé su medalla de la campaña, detrás de la cual había escrito «La gran guerra por la civilización». En los 17 meses que siguieron a la Gran Guerra, las potencias ganadoras crearon las fronteras de Irlanda del Norte, Yugoslavia y la mayor parte de Oriente Próximo. Me he pasado mi carrera profesional observando cómo se quemaba la gente en esas fronteras; en Belfast, en Sarajevo, Bagdad, Beirut y por todo Oriente Medio. He intentado resolver en mi cabeza, habiéndome pasado más de un cuarto de siglo en Oriente Próximo, si uno puede escapar de la Historia, si se puede llegar a decir «basta». Parte de esto es la necesidad de rechazar la narrativa que otros nos imponen, la narrativa de Bush, por ejemplo, de que el 11-S cambió el mundo para siempre. Mil setecientos palestinos murieron en la masacrede Sabra y Shatila en el Líbano y no encendemos velas por ellos. Eso es más de la mitad del total de los muertos del World Trade Center. Fueron asesinados en 1982, delante de mí. Yo estaba en los campos.
Mi padre se negó a ejecutar a otro soldado, un australiano al que se acusaba de asesinato. Encontré la última petición de clemencia del joven. Le suplicaba al juez: «Sólo tengo 19 años. Por favor, déjeme tener una nueva vida». Pero lo fusilaron a las 3.15 h de la mañana y a mi padre le hicieron un consejo de guerra por haberse negado a participar. Su castigo fue limpiar los cuerpos abandonados en el barro del frente cuando se acabó la guerra. Así que el libro va sobre negarse a creer lo que se nos dice y negarse a obedecer órdenes.

¿Por qué cree que Estados Unidos ha invadido Irak?

Ésa es la pregunta que cada vez me hago más a mí mismo. No invadimos por las armas de destrucción masiva, porque no existían. No queríamos ayudar a los chiitas porque les pedimos que se rebelaran en 1991 y luego nos pusimos cómodos para ver cómo los masacraban. Claramente no habríamos invadido Irak si su principal exportación fuera la coliflor o las zanahorias, así que la dimensión del petróleo está necesariamente presente. Pero también pienso que hay algo más. Bajé por la horrible autopista 18 de Bagdad mientras entrevistaba a algunas personas después del asesinato de un trabajador de Cruz Roja. Me paré en el arcén y la carretera comenzó a moverse. Pensé: «Dios mío, es un terremoto». Girando la esquina y acercándose por la autopista había una división estadounidense de infantería. Miles y miles y miles de soldados, tanques Abrams, vehículos acorazados Bradley, transportes, camión tras camión con la infantería, todos con gafas de sol y los rifles apuntados hacia los lados, como un erizo. Tardaron casi una hora en pasar y durante todo el tiempo el suelo temblaba. Recuerdo haber pensado que hace 2.000 años, un poco hacia el oeste de donde yo estaba, hubiéramos notado la vibración de las tropas de los centuriones: pum, pum, pum. Comencé a preguntarme, entonces, mientras veía a ese enorme ciempiés acorazado, si no representaba también la necesidad visceral de proyectar poder, algo característico de cualquier superpotencia. Podemos ir a Bagdad, así que iremos a Bagdad. Podemos ir a Teherán. Podemos ir a Damasco. Y lo haremos, porque podemos. Esto es parte de la forma en la que piensa un neoconservador[...]

¿Qué hay de las víctimas iraquíes?

A los americanos no les interesan y el ministerio de Sanidad, dirigido por personas designadas por los estadounidenses, no va a dar cifras. Casi cada día voy al depósito de Bagdad y encuentro 20 o 30 personas -hombres, mujeres y niños- muertas por heridas de arma de fuego, a las que han disparado en los puntos de control americanos, en reyertas familiares o los insurgentes por presunto colaboracionismo. Los iraquíes están pagando un precio terrible por nuestra aventura, y sólo estoy hablando de Bagdad, no de Najaf ni de Bassora. Es hora de que escuchemos a los iraquíes que dicen que vivían mejor bajo Saddam. Saben cómo era Saddam y no lo quieren, pero piensan que había seguridad. ¿Quieres libertad y anarquía o quieres dictadura y seguridad? Si tienes una familia, ésa es una gran decisión que tomar.

¿Cómo entra y sale de Irak?

Voy al aeropuerto de Beirut y subo a un avión que tiene dos hélices y 20 pasajeros y que opera una compañía llamada Flying Carpet. A este avión le lleva dos horas y media remontar las montañas nevadas. Sobrevuelas Siria y te adentras en el gran desierto que dura hasta el río Tigris[...] Te das cuenta de lo bello que es el Líbano y de lo árido que resulta el resto de Oriente Próximo. Aterrizo en el aeropuerto de Bagdad y me viene a buscar mi chófer. Bajamos por la traicionera carretera del aeropuerto hasta la ciudad y me quedo con amigos iraquíes o en un hotelito cerca del Tigris. Ahora es extremadamente peligroso, por eso muchos de mis colegas seniegan a ir a Irak. Y muchos se quedan en su hotel. No tengo nada en contra, de lo que me quejo es de que no cuenten a sus lectores que están sentados en su hotel. Dan la impresión de comprobar las historias, cuando en realidad no pueden, no quieren hacerlo, o simplemente no lo hacen [...] La situación es comparable a los peores días de la guerra civil de Argelia, cuando los insurgentes cortaban la cabeza a cuanto extranjero veían. En esa época se consideraba que podías pasar tres minutos en una tienda antes de que alguien hiciera una llamada para que vinieran a matarte. Ahora mismo, en Bagdad estamos a cinco minutos, pero yo aún salgo y entrevisto a la gente en las calles, voy a ver a los refugiados y sigo viajando fuera de la ciudad, aunque preparándolo con cuidado. Se trata del trabajo más peligroso que me han encargado en mucho tiempo.

Mercenarios, no contratistas

«Hay de 20.000 a 30.000 mercenarios armados [en Irak] provenientes de Suráfrica, Irlanda, Gran Bretaña y Estados Unidos. Ellos son la ley. Disparan, matan y no les importa. No hay ley, ni justicia, ni nada [...] Son ’contratistas de seguridad’. Palabras blandas; otro eufemismo como ‘territorio en disputa’ para designar el territorio ocupado de la Franja de Gaza [ahora ya bajo dominio palestino]. Son hombres armados a sueldo. Yo los llamo mercenarios, no contratistas de seguridad; eso lo dejo para el New York Times y el Washington Post. La mayor parte de Irak está en estado de anarquía; ésa es la realidad. No sé hasta dónde puede llegar el autoengaño antes de que ocurra algo que demuestre la realidad, pero con la complicidad de los periodistas [...]»
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