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La lengua y el futuro

Publie le Viernes 7 de enero de 2005 par Open-Publishing

Colombia, a diferencia de México, carece de memoria; a diferencia de Cuba, carece de unidad; a diferencia de Argentina, carece de orgullo...

Por William Ospina


SIMÓN BOLÍVAR ESCRIBIÓ que se nos gobierna más por la seducción y la manipulación que, incluso, por la opresión. Tanto tiempo después esto sigue siendo verdad, porque Colombia es un país especialmente vulnerable a los halagos y las trampas del lenguaje.

Siento que la lengua ha sido siempre el elemento cohesionador de la sociedad colombiana. México y el Perú tienen su memoria ancestral y sus mayorías indígenas, Cuba su insularidad, Argentina su visible fuente en Europa, pero nosotros, con la asombrosa diversidad del territorio, la complejidad cultural y el mayor mestizaje del continente, tenemos en la lengua nuestro principal factor de cohesión, y por eso sin duda es, a través del lenguaje, como se han articulado las instituciones y se ha ido definiendo eso que, a falta de mejor nombre, llamaremos el estilo nacional.

Aquí la nación unificada y centralizada no es una tendencia espontánea de la comunidad sino algo traído por el espíritu europeo. Los colombianos no tendemos a unirnos sino a enfatizar en nuestras diferencias, y hasta ahora los esfuerzos de la lengua por crear un espacio común no han nacido tanto de la clarividencia y la generosidad cuanto del deseo de un sector de la sociedad o de unos poderes por imponerle al resto su versión del mundo y de los hechos.

El primer gran momento de seducción y manipulación a través de lenguaje lo obró sin duda la Iglesia. Fue la legitimadora de la vasta crueldad de la Conquista, educó a los humildes en la resignación y a los privilegiados en la mezquina caridad, para que nada cambiara jamás, y su discurso terrible de intimidación de los pobres y de absolución de los poderosos cumplió durante mucho tiempo el papel de sustentar una sociedad de injusticia y de obscena discriminación. Todavía hoy, en pleno discurso democrático, en Colombia sobreviven el discurso y la práctica de la esclavitud y de la servidumbre, y millones de personas se resignan a vivir como ciudadanos de última categoría, sin sueños y casi sin derechos.

DESPUÉS DEL DISCURSO RELIGIOSO vino el gran discurso de la política. A lo largo del siglo XIX y de buena parte del XX no fueron ya sólo los púlpitos sino las tribunas las que construyeron nuestra idea de nación, enardecieron las pasiones y forjaron el modelo de democracia que impera entre nosotros, con sus modernidades y sus arcaísmos, con sus acumuladas injusticias y sus corrupciones, con la indudable eficiencia de sus mecanismos electorales y el subfondo de crímenes y violencias que siguen haciendo de Colombia una de las democracias más paradójicas y luctuosas del mundo. Ello explica la importancia de los tribunos, de los Caros y los Valencias, de los Olayas y los Laureanos en la fábrica de nuestras discordias, en el atizamiento de las hogueras facciosas.

COLOMBIA ES UN PAÍS ESPECIALMENTE VULNERABLE A LOS HALAGOS Y LAS TRAMPAS DEL LENGUAJE.

Pero ya hemos llegado al tercer momento de este orden regido y deformado por el lenguaje, y es la edad de los medios de comunicación. Lo que es hoy Colombia y lo que llegue a ser, se deberá sobre todo a las ideologías, los modelos mentales, los juicios y los prejuicios que proyectan sobre ella los medios hablados, escritos y audiovisuales, y a través de ellos los poderes que manejan y sujetan a la sociedad.

EL PASO DE LOS PÚLPITOS a las tribunas y de éstas a los micrófonos y las cámaras, no ha significado grandes cambios en nuestro ordenamiento social ni en nuestro orden mental. Todavía se nos gobierna por la guerra, por la seducción y la intimidación, todavía las grandes mayorías siguen excluidas de los proyectos económicos, todavía las armas y las cárceles son más importantes que las escuelas y los proyectos productivos. Todavía los beneficiarios son pocos y las víctimas son muchedumbres. Algunas cosas, incluso, como la fascinación aldeana ante las metrópolis y la frivolidad en los análisis, se han agudizado, para nuestra desgracia.

Pero los medios tienen un papel esencial que cumplir en el proceso de construcción de una conciencia nueva de lo que somos, y es necesario que entiendan que su labor es tal vez más importante en Colombia que en otros países. Porque Colombia, a diferencia de México, carece de memoria; a diferencia de Cuba, carece de unidad; a diferencia de Argentina, carece de orgullo, y tiene que inventarse cada día a sí misma al ritmo de las músicas y de los símbolos.

No tendremos una nación cohesionada, moderna y reconciliada sin un esfuerzo por recuperar y revalorar la memoria, sin un esfuerzo por conocer y proteger el territorio, sin un esfuerzo por reencontrarnos con nuestra originalidad. Memoria, territorio y originalidad hacen por ejemplo hoy la fortaleza de China y de muchos países frente al desafío del diálogo global. Una nación desorientada, sin carácter, hecha sólo de frivolidad y de novelería, sirve para consumir trivialidades y para imitar a otros, pero no podrá protagonizar nada. Y el papel de la lengua sigue siendo fundamental para definir nuestras prioridades y para elaborar nuestros criterios.

LO QUE SOMOS, se debe ante todo a la Iglesia y a la política. Pero lo que seremos se deberá cada vez más a todos aquellos que entiendan la lengua como el gran instrumento para descifrar, para ordenar y para equilibrar un mundo como el nuestro, siempre bendecido por la naturaleza y siempre malogrado por la mezquindad, por la falta de generosidad, por la insana pequeñez de propósitos.

TODAVÍA SE NOS GOBIERNA POR LA GUERRA, POR LA SEDUCCIÓN Y POR LA INTIMIDACIÓN.