Portada del sitio > Chomsky y la historia académica

Chomsky y la historia académica

Publie le Miércoles 12 de enero de 2005 par Open-Publishing

Por John H. Summers
CounterPunch

“La religión es el suspiro de la criatura oprimida,
el corazón de un mundo despiadado
y el alma de condiciones desalmadas.
Es el opio del pueblo.”

Carlos Marx
Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel

Noam Chomsky ha escrito más de 30 libros durante las últimas tres décadas. Pero ni el Journal of American History, ni American Historical Review, ni Reviews in American History los ha reseñado. Si las publicaciones hubieran pasado por alto uno o dos de los libros de Chomsky, las omisiones no llegarían a convertirse en un problema, y podrían ser atribuidas a una combinación de razones, cada una fortuita en cuanto al propio Chomsky. Si las publicaciones, en realidad, le hubiesen dedicado atención, pero la parte preponderante de esa atención hubiera sido hostil, podrían ser acusadas de albergar prejuicios. Es la forma más respetable de estar en desacuerdo al respecto. Pero las publicaciones no han hecho lo suficiente como para merecer la acusación. No han publicado una sola crítica de un solo libro del autor. Chomsky es uno de los intelectuales políticos más ampliamente leídos en el mundo. Y la historia académica hace como si no existiera.

¿Por qué?

Un momento de reflexión elimina las explicaciones más fáciles. Ninguna política formal podría haber resistido los múltiples cambios en la dirección de las publicaciones. Incluso una conspiración tácita es impensable ante los trastornos de los últimos tres decenios. Las publicaciones han absorbido, presentado, y guiado, una explosión de escritura histórica sobre docenas de temas. Puede discutirse cuán hábilmente lo han hecho. Pero su compromiso formal con el pluralismo intelectual ha seguido intacto. Como el editor del Journal of American History escribiera en 2004: “A través de nuestras reseñas de libros, tratamos de servir como la publicación acreditativa de la historia estadounidense.”

¿Será que Chomsky no aparece en esa acreditación porque escribe sobre tópicos de poco interés para los historiadores? Sus libros contienen fascinantes argumentos sobre la historia de la Guerra Fría, el genocidio, el terrorismo, la democracia, los asuntos internacionales, el nacionalismo, la política social, la opinión pública, la atención sanitaria, y el militarismo, y es sólo el comienzo de la lista. Al discutir todos estos temas alcanza a través de las Américas, Europa, y Asia, otorgando especial atención al surgimiento de Estados Unidos. Dos de sus temas más importantes, es decir el “ascenso de Occidente” en el contexto de la “historia global”comparativa son también importantes áreas de interés para historiadores profesionales, nunca más que en la actualidad.

¿Podría ser que dejan de lado a Chomsky porque no se cualifica como historiador profesional? Las publicaciones han publicado críticas de no-historiadores como Robert Bellah, Randall Collins, Michel Foucault, Clifford Geertz, Nathan Glazer, Irving Howe, Seymour Martin Lipset, Richard Rorty, Edward Said, Garry Wills, y John Updike porque los libros en cuestión muestran una poderosa componente histórica, o contienen implicaciones para la historiografía. (¿Sería barato agregar que Chomsky obedece a un método más estricto que el que han seguido últimamente algunos historiadores profesionales? Presenta evidencia con un amplio historial de citas, y limita extremadamente el contenido retórico de sus escritos.)

¿Podría ser que dejan de lado a Chomsky porque no divorcia su política de su historia? Los históricos académicos utilizan regularmente su habilidad como instrumento para insultos y la intimidación política, como lo hizo hace algunos años Sean Wilentz en su testimonio ante el Congreso, o como lo hizo en 2000 David Landes en una carta al New York Times, en la que escribió: “Si el Sr. Nader piensa que la gente olvidará que ha estado dispuesto a dañar gravemente a su país, le espera una gran sorpresa”.

Si este tipo de asunto sugiere una base aceptable para la exclusión de la comunidad de los eruditos, pocos historiadores habrían aprendido a honorar a Arthur Schlesinger, Jr.. No es sólo que Schlesinger sea manifiestamente un historiador liberal. Ha puesto su capacidad al servicio directo de un gran poder político. Una profesión que considerara que el divorcio de la política y la historia es una condición de ingreso hubiese hecho caer en desgracia hace tiempo a Schlesinger, Landes y Wilentz. La historia profesional no hace (y no debería hacer) algo semejante. Lo mismo vale con sólo un poco menos peso en el caso de Henry Kissinger. Reseñas en American History, que dejó pasar todas las oportunidades de publicar críticas de los libros de Chomsky, describió “Diplomacy” de Kissinger (1994) como “un relato magistral, brillante y provocativo de la política mundial y de la política externa estadounidense desde el Cardenal Richelieu hasta el fin de la Guerra Fría”. La reseña no mencionó el tema de los crímenes de guerra de Kissinger.

El liberalismo de Schlesinger refleja la ideología dominante en la escritura de la historia. Pero detenerse allí sería colocar todo el tema en el campo de los prejuicios. Sería emplear una sociología poco precisa del conocimiento si argumentáramos que las publicaciones sirven algunas ideologías excluyendo todas las demás. El problema con este razonamiento es que las revistas se han abierto en realidad a ideas que sostienen que han ido más allá del liberalismo: el post colonialismo, el post estructuralismo, etc. Lo que es más, no han pensado dos veces antes de abrir sus páginas al marxismo. Para hablar “objetivamente”, Eric Hobsbawm sigue siendo miembro de uno de los partidos políticos más asesinos del Siglo XX, y sus libros son discutidos vigorosamente, ¿Por qué Schlesinger y Hobsbawm, y no Chomsky?

Sospecho que la respuesta tiene menos que ver con los argumentos de Chomsky, y menos todavía con su condición profesional, que con sus intenciones. La historia del liberalismo y del marxismo en los círculos universitarios ha sido la historia de una ciencia de conceptos. La principal responsabilidad del intelectual liberal o marxista, por lo tanto, ha sido descubrir nuevo material, que a menudo significa corregir y re-corregir prejuicios en la erudición pasada, una especie de medicina legal intelectual. La ciencia de conceptos no sólo es paralela al desarrollo de instituciones; requiere su continua ampliación y engrandecimiento. Todo esto debería ser obvio por el simple hecho que los historiadores liberales y marxistas han conquistado poder y prestigio institucionales en todo el país, y han puesto en efecto un monopolio virtual de la discusión intelectual seria.

Hay que contrastar esto con la interpretación anarquista de Chomsky de la responsabilidad. “Es la responsabilidad de los intelectuales decir la verdad y denunciar las mentiras”. Hablando estrictamente, la diferencia no es mutualmente excluyente. Pero uno no puede leer los libros de Chomsky y concluir con facilidad que la verdad sea algo que hay que rodear con una pandilla de conceptos, o que tiene que ser encastrada en los rincones de las instituciones y de los “"think tanks" (una frase que debería auto-desacreditarse ante una mente despierta.) No dice, con los pensadores post liberales, que los intelectuales académicos necesitan todo un nuevo vocabulario para entender la realidad. No piensa en la escritura histórica como un camino hacia el poder, la titularidad permanente, las cenas de los clubes de facultades, la recolección de fondos, o cosas parecidas. No deja a la vista una idea clara del poder, en parte porque su anarquismo le hace ver el estatus social como una forma de dominación.

Esta explicación podrá ser rudimentaria, pero puede explicar cómo la actual generación de historiadores profesionales, muchos de los cuales comenzaron en el ánimo inquieto de los años 60 y 70, se han ajustado con tan poco esfuerzo a una estructura jerárquica de la vida académica. La han liberalizado para que incluya a grupos sociales que solían ser marginados, pero no han hecho nada por invertir la represión del poder laboral. La diferencia entre un profesional libre y un empleado de la universidad debería ser lo más amplia posible. En la actualidad, la diferencia ha sido eliminada, y las sociedades profesionales de la historia la han dejado sin defensa. Los historiadores presiden ahora sobre una estructura de dominación mucho mayor en su alcance y poder que en ningún tiempo pasado.

La cuestión del poder también explica por qué incluso publicaciones históricas dedicadas explícitamente al análisis radical han ignorado a Chomsky. Radical History Review ha reseñado sólo uno de sus libros, que calificó de “absurdo”. Todo lo demás que RHR ha logrado desde su fundación en los años 70, representa el triunfo del radical de carrera, del historiador académico que no sólo no es castigado por declaraciones radicales, sino que es recompensado activamente con dinero, prestigio, contactos para “lectores radicales”, etc. En la actualidad es terriblemente difícil notar la diferencia entre un joven ejecutivo empresarial y un “historiador radical”.

Sea cual sea la razón, las consecuencias de la exclusión han sido terribles, para ambas partes. El aislamiento obliga a Chomsky a pasar pruebas de personalidad que no se le piden a ningún otro. Todo, desde el tono de sus escritos a los recesos en su biografía, sufre severos análisis. Su crítico encuentra un error de hecho y lo recibe con un grito de “¡ajá!” Si no existen errores de hecho, el crítico grita “¡demasiado simple!”, y en lugar de emprender una investigación y discusión que pudiesen dar al argumento más matiz o variedad, el crítico abandona por completo la lectura. Esas son las excusas que están a disposición de los autosatisfechos.

La acreditación, no los argumentos, dominan del mismo modo la reacción de sus seguidores. Se sienten atraídos a Chomsky por su aislamiento, y le confieren cualidades cuasi mágicas. (Un vistazo a sus entrevistas publicadas indicará cuán frecuentemente trata de desalentar a sus admiradores.)

Las publicaciones, al excluir a una de las voces más influyentes en la discusión política contemporánea, se descalifican a sí mismas como foros serios. Más que eso, revelan un compromiso selectivo hacia la libertad intelectual. Porque una de las lecciones que hemos aprendido de esas ideas post liberales es que la censura involucra sutiles relaciones entre los procesos cultural y social. El silencio puede ser producido y mantenido con la misma facilidad que la discusión.

La recuperación de principio de la profesión no es el único motivo para terminar con su exclusión de Chomsky. La mayor parte de las reseñas y artículos en las revistas es increíblemente aburrida. Les faltan conexiones vitales con las más urgentes responsabilidades humanas. Corresponden a la exigencia de “relevancia” sin formular la pregunta: ¿relevante a qué? La gran desgracia de los historiadores liberales y marxistas es que escriben en la era del ascenso conservador. Durante décadas han manipulado los intereses ideológicos de partidos cercanos al poder, sólo para descubrir, demasiado tarde, que sus metafísicas del progreso les han traicionado. Así que pulen sus conceptos con cada vez mayor fineza. Pero al renunciar a los campos de la “inteligencia” a favor de las tecnologías de la “razón”, producen un vertido de capitulación permanente. Es probable que tantos jóvenes consideren que Chomsky los anima y vigoriza porque tantas otras cosas en nuestra cultura carecen de pasión y propósito.

Para evitar malentendidos, permítanme que repita. La cuestión no es que Chomsky esté exento de faltas, o que sea correcto en su uso de hechos e interpretación, o que mis explicaciones sean correctas. Esta tarea es relativamente ligera. Es simplemente demostrar que merece ser incluido en las páginas de las principales revistas de historia. Tal vez un gran foro sobre “Chomsky y la historia de la política externa estadounidense” restablecería la buena fe. ¿Quién dejaría de aprender algo de un debate entre Chomsky y John Lewis Gaddis? Tal vez la reseña de un libro sería un buen comienzo.


Fuente: Rebelion