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Carta abierta a Rina Bolaño

Publie le Martes 23 de noviembre de 2004 par Open-Publishing


CARTA ABIERTA A RINA BOLAÑO, SECUESTRADA, VIOLADA Y ACUSADA DE GUERRILLERA

por Red Nacional de Mujeres

Las mujeres vallecaucanas afirmamos que el valor y la denuncia de Rina, señalan un camino para dignificar la vida, romper el silencio y enfrentar la impunidad.

A ti, Rina Bolaño, desde la Red Nacional de Mujeres, Regional del Valle del Cauca, te enviamos un mensaje de solidaridad, de admiración y de agradecimiento. En ocasión del 25 de noviembre, Día Internacional “No a la Violencia contra las Mujeres”, queremos destacar tu valentía, tu entereza sin precedentes.

Porque a ti, Rina Bolaño, como sucede anualmente con decenas y quizá cientos de mujeres en este país, te secuestraron, y como a tantas otras, secuestradas o no, del campo y de la ciudad, te violaron. Pero ni las amenazas del jefe guerrillero que te maltrató y te violó, ni las intimidaciones de los agentes del DAS que impulsaron a otros presuntos guerrilleros a acusarte de sedición, pudieron amedrentarte. Y por eso, en vez de quedar en el silencio y el olvido, el doble crimen que padeciste se convirtió en emblema de la injusticia de una sociedad cómplice y ciega, de unas autoridades que protegen a los violadores antes que a las violadas.
Una tarde de agosto de 2003 estabas en una aldea arhuaca en el departamento del Cesar, cerca de la Sierra Nevada de Santa Marta, terminando tu trabajo como bacterióloga de una empresa de salud, cuando se presentó la guerrilla. Era un grupo del frente 19 de las FARC, al mando de Omar López, alias Beltrán. “Usted no tramitó permiso para venir acá”, te dijo “Beltrán”, y les pidió 15 millones de pesos a los indígenas por tu rescate. Ellos, por su parte, tampoco se quedaron callados, y denunciaron tu secuestro ante las autoridades.

En el monte, ese temor que sentiste al verte secuestrada, se agravó cuando comenzó el acoso. “Beltrán”, según te contaría luego una guerrillera, acostumbraba a maltratar a todos: a los secuestrados y secuestradas, a su propia tropa. A las mujeres, además, las acosaba, las aislaba, impidiendo que cualquier persona les hablara, y por último las obligaba a masturbarlo. Después de cuatro días con sus noches, días y noches de martirio, ante tu negativa a satisfacer sus inclinaciones, te estrujó salvajemente un seno, y te violó. Todos oyeron los golpes, tus gritos y el estruendo de tu lucha, pero nadie acudió en tu ayuda. A la noche siguiente, la escena se repitió, pero de nuevo nadie dijo nada. Ni siquiera las otras mujeres, las guerrilleras, se atrevieron a alzar la voz en tu defensa, pues “Beltrán” las mantenía intimidadas.
Sin embargo, alguien habló, porque a los pocos días un superior en las filas guerrilleras, conocido como “Solí Almeida”, se enteró de lo que había ocurrido, y ordenó liberarte. Llevabas 14 días secuestrada. Diez días conviviste con las tropas comandadas por tu violador, diez días tuviste que verlo y esquivarlo, temiendo que el ultraje volviera a repetirse, sintiéndote impotente bajo la dureza de su mando.

Esa mañana, mientras caminabas entre los guerrilleros y las guerrilleras, descendiendo hacia tu liberación en la aldea indígena, quizá temiste que se frustrara tu entrega. En medio de la marcha, algunos de la misma guerrilla increparon a “Beltrán”, lo acusaron de lo que te había hecho. Y tú diste la segunda muestra de tu valor, pues lo encaraste y ante todos lo acusaste también, aunque él lo negó, gritándote: “Yo llevo 14 años en la guerrilla, no venga usted a dañarme mi hoja de vida”. En ese momento de confrontación en medio del monte, temiste que te matara.

Mientras seguían caminando, otras guerrilleras se acercaron a susurrarte que lo denunciaras públicamente ante las autoridades, que sólo así los superiores llegarían a creerles cómo Beltrán maltrataba a todos y a todas. Y tú sabías que en el Cesar, como en toda Colombia, en el monte como en las ciudades, muchas mujeres son violadas, pero nadie lo denuncia. En ese momento te decidiste a no callar. Pero cuando te soltaron y te dejaron seguir sola bajando la montaña, ibas temblando del miedo de que pudieran matarte por la espalda.

Afortunadamente te encontraste pronto con indígenas que te reconocieron y te llevaron ante el “mamo”, su autoridad espiritual. En ese momento, sólo deseabas bañarte, lavar la inmundicia con la cual te había cubierto el violador.
Después regresaste a Valledupar, y allí, el 2 de septiembre, denunciaste a “Beltrán”. A los médicos legistas les mostraste tu seno todavía amoratado, aún después de tantos días, y el examen reveló fisuras vaginales, resultado de tu doble violación.
Tal vez pensaste que todo quedaría en la impunidad, como sucede tantas veces en Colombia, pero tenías muy claro que habías hecho lo que debías. Sabías también que tu vida corría peligro, que tu denuncia podía convertirte en objeto de represalias. Lo que nunca imaginaste fue lo que sucedió después, cuando pasaste de acusadora a acusada.

Viajaste enseguida a Bogotá, a solicitar la protección de la Fiscalía y de la Defensoría del Pueblo, y tuviste una entrevista con el vicepresidente Francisco Santos, quien te ofreció apoyo. Pero nadie podía sospechar que el 6 de septiembre, cuando agentes del DAS te escoltaron hasta la sede policial “para protegerte”, estaban en realidad arrestándote: temiendo el castigo de sus superiores de las FARC, “Beltrán” se había entregado en Pueblo Bello, en el Cesar, y te había acusado, a su vez, de sediciosa. Eras su amante, dijo, y como él, militante de la guerrilla. Allí comenzaron tus 46 días de prisión en El Buen Pastor, en Bogotá.

De todo esto, lo más difícil de descifrar es lo que puede haber habido en las mentes de esos detectives del DAS, cuando aparentemente intentaron sobornar, para que dieran declaraciones en tu contra, a tres guerrilleros del ELN a quienes habían capturado. ¿Pensaban quizá esos agentes que la acusación de “Beltrán” de que eras guerrillera no se sostendría, porque ya lo habías denunciado, y por eso querían conseguir implicarte con otras denuncias? ¿Actuaron movidos por odio contra ti, por tu valentía al levantar la voz contra la violencia que padeciste como mujer, o por solidaridad de machos? ¿O tenían el propósito de proteger a “Beltrán”, con quien quizás habían negociado que les sirviera de informante? Probablemente jamás conoceremos sus verdaderas motivaciones. Lo que sí quedó claro fue el resultado insólito de que tu palabra como mujer sin antecedentes penales tuviera menos peso que la de cuatro desertores de la guerrilla, y que aparecieras, a la vez, como guerrillera de las FARC y del ELN.

Afortunadamente, Beatriz Linares, Defensora de la Mujer y del Niño de la Defensoría Nacional, y las mujeres de la Red Nacional, actuaron rápidamente, y todo el país supo de las violaciones de tus derechos. Por último, el 22 de octubre de 2003, un fiscal de segunda instancia de Valledupar revisó el dictamen forense y los testimonios acusatorios contra ti, llenos de inconsistencias, y ordenó que te pusieran en libertad. Ahora todas esperamos que se castigue a los culpables, que el Estado te ofrezca disculpas y te compense por las injusticias padecidas.

Pero las mujeres de Colombia no te olvidaremos fácilmente. Porque en un país donde tan poco valen la vida y la dignidad de las mujeres, donde tan difícil es que se respeten sus derechos, tú, una mujer de 34 años, probaste que podemos detener la ola de violencia contra nosotras y contra nuestros cuerpos. Que si alzamos nuestras voces, juntas, podemos acabar con la impunidad de que gozan casi siempre los violadores y los maltratadores. Que podemos lograr que nuestros cuerpos no sigan siendo escenario ni botín de guerra. Que la ley del más fuerte y el imperio de la violencia pueden ser derrotados por las mujeres unidas en defensa de nuestros derechos humanos.

Santiago de Cali, Colombia, Noviembre de 2004.