Portada del sitio > Toledo y Humala

Toledo y Humala

Publie le Domingo 16 de enero de 2005 par Open-Publishing

Por Raúl Wiener
Desde Lima, 14/1/2005 especial para ArgenPress

Después de manipular los ascensos de las fuerzas armadas, arreglar el asunto de los procuradores anticorrupción para que el sistema quede apartado de los casos que involucran a la familia Toledo, derivar el malestar social existente hacia los congresistas con el pago adicional de diciembre, que como otras veces está quedando como hecho consumado, el presidente partió al balneario de Punta Sal a celebrar su 90% de desaprobación popular con diez días de juerga continuada, mientras su solícito primer ministro se encargaba de lidiar con la prensa con un rotundo argumento: como cualquier viajero, mochilero o brichero, Alejandro Toledo tiene derecho a pasearse por el país y a divertirse durante las fiestas de fin de año. Sólo que ellos no lo hacen con dinero del Estado, ni se corren el riesgo que les tomen la comisaría de una capital de provincia mientras flotan sobre un etiqueta azul.

El hecho es que Toledo se movía seguro. Confiando en que la clase política que lo ha sostenido, en última instancia, en estos tres años y medio, tendrá aún mayores razones para hacerlo mientras más cerca se halle la fecha electoral del 2006. El descontento peruano es pasivo, le deben haber explicado sus asesores, aunque de vez en cuando estalla un Ilave, que debe ser aislado del resto. Y punto. Con esta estrategia, de durar y seguir medrando del poder, ha funcionado Toledo todo el tiempo y atravesado la primera mitad de su gobierno. Algunos analistas han dicho que esto es bueno para la democracia. Que todo esté básicamente como estaba durante la dictadura de Fujimori, a la que a la vez se acusa de todos los males, ése no es el asunto, sino que el presidente elegido termine su mandato, para que otro lo reemplace con la misma garantía de impunidad. Como pasó con Belaúnde y con García que pusieron al país en camino al caos. Y condujeron a Fujimori y al golpe de Estado de 1992, con la participación de Carlos Ferrero, que ahora dice que todo debe hacerse dentro de la ley. Es decir que lo importante es la cáscara, no el contenido de la democracia.

Claro, los que se han pasado negando la madurez de la crisis política, pedían pruebas de la descomposición que estaban viendo y miraban por sobre el hombro a los que advertíamos que la negativa de las instituciones a propiciar la vacancia presidencial y una sucesión ordenada que condujera a una Asamblea Constituyente podía llevar a un desborde de los cauces políticos, son los que ahora afirman que el problema de Andahuaylas es puramente policial. Se engañan como siempre, queriendo engañar al resto. Porque al negarse a tratar políticamente la rebelión humalista y endilgarle acusaciones gratuitas de terrorismo y narcotráfico, lo que se consigue es confundir las vías de salida. Como la valiente declaración de Ferrero de que no se dialogaría con delincuentes, que lo convierte otra vez en mala copia de Fujimori que negociaba con Cerpa durante la crisis de los rehenes mientras decía que jamás dialogaría con el terrorismo.

Un presidente agarrado en ropa de baño por una insurrección tiene un motivo suficiente para renunciar al cargo. Pero tiene muchísimos más. En primerísimo lugar porque el círculo de la falsificación de firmas se está cerrando y va quedando plenamente probada la ilegitimidad con la que se ha ejercido el poder político todos estos años. Pero la lista puede seguir fácilmente con el caso Almeyda, Bavaria, Borobio, Telecomunicaciones Hemisféricas, etc. Si realmente quisiera evitarle males mayores al Perú debería irse ahora mismo. Entonces tendría sentido hacer un juicio de responsabilidad a Antauro Humala. Pero aquí vivimos la ficción de que la permanencia de Toledo es algo así como la vigencia del ?Estado de derecho?. Y esto sirve para que el Congreso y el Poder Judicial, se agarren de infinidad de argumentos formales, para nunca dictaminar sobre las acusaciones que pesan sobre el presidente. Así coexistimos con una situación en la que el país está convencido de la corrupción de Toledo, mientras que la oposición le muestra cada tanto la trampa del verdugo, pero nada se mueve, nada termina, todo se intercambia: los favores, las acusaciones, para que este tipo de ?Estado de derecho? siga suscitando el repudio del pueblo.

La toma de la comisaría de Andahuaylas es un acto temerario, de sumo voluntarismo y unilateral que no ha buscado ser coordinado con nadie. Pero Antauro Humala ha asumido su riesgo al ponerse al frente, echando a tierra la mezquindad que se vertió contra su anterior movimiento que se dijo había sido concertado con Montesinos y que sus autores sabían que no iban a ser reprimidos. Hoy, estamos ante un programa que plantea una demanda que es la de la abrumadora mayoría de los peruanos: que se vaya Toledo, que se convoque a la Asamblea Constituyente. Alguien dirá que esta puede ser una posición legítima pero para defenderla no había que violar la ley y enfrentarse a la policía. ¿Será verdad? Porque estamos en estas, precisamente porque lo único que realmente ha sido capaz de sacudir al país de la parálisis ha sido el acto de fuerza, con las consecuencias dolorosas que contrae, pero que ahora ha permitido delimitar los campos.