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El diamante de la memoria

Publie le Lunes 25 de abril de 2005 par Open-Publishing

Desde las célebres manifestaciones en la plaza de Tien An Men en Beijing, en 1989, no se habían visto en China manifestaciones tan numerosas como las que esta semana agitaron a Shangai y a Shenzhen.

Por William Ospina

Pero la principal diferencia es que las manifestaciones de los reformistas fueron implacablemente reprimidas y las de ahora han sido toleradas y acaso estimuladas por el gobierno. Los manifestantes han arrojado piedras y botellas contra sedes diplomáticas japonesas, han quemado retratos del primer ministro de Japón, han atacado vallas de productos japoneses y se han concentrado finalmente en Nankín. Desde cuando se restablecieron las relaciones entre China y Japón en 1972, es el momento más tenso de la aproximación entre ambos países, y ocurre precisamente cuando China se ha convertido en el primer socio comercial de Japón, cuando los intercambios comerciales entre ambos alcanzan su punto más alto.

Pero es que los elefantes no olvidan, aunque hagan todo el esfuerzo posible. La historia de las tensiones entre China y Japón es antigua, pero en el siglo XX ocurrieron hechos que es poco aconsejable desconocer. Para empezar, se sabe que el tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, fue tan oprobioso para Alemania que desencadenó como revancha el auge del nazismo. Pero la verdad es que ese tratado no sólo fue humillante para Alemania: también adjudicó a Japón en 1919 las antiguas concesiones alemanas en China. Después de aquello, China fue invadida por Japón en 1932. Un ejército de 70.000 hombres desembarcó en Shangai y estableció el estado títere de Manchukuo, que puso al frente, como máscara de la ocupación, al dócil ex emperador Pu-Yi (como bien lo recordó la película de Bertolucci, El último emperador) acompañado por una corte de ministros y consejeros japoneses. Y el 13 de diciembre de 1937 ocurrió la masacre de Nankín, donde los japoneses exterminaron a 300.000 chinos y establecieron el llamado "Gobierno reformado de la República China". En 1942 avanzaron ocupando buena parte del territorio de una China agotada por la guerra civil, y aquella invasión sólo terminó cuando se acabó el mundo, cuando Japón fue doblegado por el poder aterrador de las bombas atómicas norteamericanas, en agosto de 1945.

AHORA QUE CHINA SE ALZA COMO EL MÁS PODEROSO PAÍS DEL PLANETA, ESTÁ EN CONDICIONES DE EXIGIR DISCULPAS.

Quienes hemos condenado toda la vida el crimen atroz de Estados Unidos, único país en el mundo que ha sido capaz de arrojar bombas atómicas sobre grandes ciudades, que eran además blancos civiles, no podemos dejar de recordar también los crímenes que cometieron los japoneses en China. Incluidos los de la masacre de Nankín, se dice que los muertos por la ocupación japonesa en esos ocho años fueron más de 600.000. Y hay que añadir los millares de mujeres que fueron convertidas en esclavas sexuales, y los horrores del equipo japonés de guerra biológica, conocido como Unidad 731, que, como lo recuerda Rubén Moheno en un artículo del año 2001, "experimentaba con armas químicas en prisioneros vivos y lanzaba bombas para diseminar plagas de bacterias a través del norte de China".

Desde la derrota, Japón, cuya constitución fue redactada por los norteamericanos triunfadores, no tuvo derecho a tener otro ejército que una fuerza de autodefensa, y vivió medio siglo a la sombra de los poderes que se habían repartido el mundo durante la guerra fría. Pero en el nuevo orden mundial los países vuelven a ser ellos mismos.

Japón ha querido tener de nuevo un ejército, en lugar de sus fuerzas de autodefensa; se ha permitido recordar en voz alta después del 11 de septiembre el doble fulgor apocalíptico de Hiroshima y Nagasaki; quiere tener una silla permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; tiene un litigio con su gran vecino continental por una zona del mar de China con grandes yacimientos de gas natural; y ha publicado un manual de historia que silencia los aspectos más horrendos y los episodios más condenables de la ocupación de 1937 a 1945. Ante ese resurgir de sus ambiciones militares y geográficas, China está dejando resurgir sus recuerdos de cuando era un país devastado por los colonialismos y por las guerras internas y tuvo que padecer la dominación del trono del Crisantemo; y las manifestaciones de esta semana, bien orquestadas por el Estado, son una cuenta de cobro por todas esas cosas juntas.

Ahora que China se alza como el más poderoso país del planeta, está en condiciones de exigir disculpas, pero a los grandes poderes del mundo les duele hasta el fondo del alma admitir los crímenes que han cometido. Es verdad, como decía Akira Kurosawa, que los Estados Unidos se indignan cuando alguien les recuerda que arrojaron esas bombas, como si los ofendidos fueran ellos.

Pero Japón no sólo no tiene intenciones de pedir disculpas por los horrores de la ocupación, sino que se ha asociado con Estados Unidos para desaprobar la presión de China sobre Taiwán, y ese es el punto más sensible de la política internacional china. Taiwán es el símbolo del modo como intervinieron las grandes potencias del mundo en la guerra civil de China, Taiwán es el recuerdo de los cientos de miles de comunistas que fueron muertos por los nacionalistas, Taiwán es el diamante de la memoria. China ha esperado con paciencia china años y décadas hasta que se sintió con fuerza para decir que hará suya esa isla por los medios que sean necesarios, y el mundo entero sabe que será así.

Dicen en China que en el centro del cielo hay una constelación púrpura que nunca se mueve, y es allí donde habita el emperador celestial. El reflejo de esa corte cósmica son las 600.000 piezas del tesoro de la civilización china, que fueron embaladas rumbo a Taipei cuando los nacionalistas perdieron la guerra. Libros, porcelanas esmaltadas, archivos de la Bóveda del Gran Consejo, las grandes obras maestras del arte milenario de China, piezas de bronce, vasijas, armas, pinturas y caligrafías de todas las épocas y de todas las dinastías, 23 piezas de la rara porcelana Ju de la dinastía Sung, y los miles de volúmenes de la legendaria Biblioteca Imperial, son algunos de los muchos motivos materiales y simbólicos que tiene el país de los 1.200 millones de seres humanos para querer reintegrar a su territorio esa hermosa isla, que jugó a representar a toda China durante casi cuarenta años.

Y es así como el fin de la guerra fría va definiendo el nuevo orden mundial, resucitando fantasmas, demostrando que no se puede olvidar por decreto. Que todo lo que estuvo oculto sale a la luz, y que la memoria es una de esas fuerzas invisibles que equilibran al mundo.

... PERO A LOS GRANDES PODERES DEL MUNDO LES DUELE HASTA EL FONDO DEL ALMA ADMITIR LOS CRÍMENES QUE HAN COMETIDO.