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Las perversiones de las invasiones en Caracas

par Grupo de Estudio Revolucionario Simón Sáez Mérida

Publie le Viernes 3 de agosto de 2012 par Grupo de Estudio Revolucionario Simón Sáez Mérida - Open-Publishing

“La revolución no se lleva en los labios para vivir de ella, se lleva en el corazón para morir por ella”. Ché Guevara.

En el año 2003 comenzó lo que fue conocido como el movimiento de ocupaciones de edificios en Caracas. En ese momento nos acercamos a las primeras experiencias para apoyar, en el entendimiento que formaba parte de la tradición de luchas populares del país, contra la especulación inmobiliaria. La academia ha reconocido que más de la mitad del tejido urbano de la capital ha sido levantado por autoconstrucción. Y buena parte de este esfuerzo comenzó cuando un grupo de familias humildes plantaron una lata de zinc en un terreno baldío.

A comienzos del 2004 había alrededor de 50 ocupaciones de edificios vacíos, con deudas de todo tipo y pertenecientes a Fogade en el área metropolitana. Sin embargo las posibilidades abiertas con la permisividad, y en algunos casos complicidad de las autoridades, hicieron que más temprano que tarde las prácticas nocivas del capitalismo y el poder germinaran dentro del propio movimiento. En los inicios se comenzó con una organización informal en donde las familias sin vivienda debían participar, como “apoyos”, en varias ocupaciones previas a la que definitivamente les sería entregada. En esos edificios personas identificadas como “guardianes” organizaban la convivencia y la ocupación de los edificios, lo que les daba una posición jeárquica de preponderancia sobre los inquilinos. Este rol pronto empezó a mostrar sus perversiones, las cuales se agudizaron cuando dos de las “líderes” de las invasiones, Lina Ron y Jazmín Manuitt, se dividieron y se pelearon entre sí, tras lo cual Lina, con más vinculaciones dentro del gobierno, logró que su ex compañera fuera encarcelada, con lo que intentó hegemonizar el movimiento. Pero ya era demasiado tarde. La posibilidad de hacer negocios fue rápidamente vista por grupos de ocupantes, quienes comenzaron a vender y alquilar apartamentos, incluso apoyados por funcionarios ligados al Ministerio de Vivienda. Grupos ligados al hampa común empezaron a camuflarse detrás del movimiento de ocupaciones, y a enfrentarse entre sí, con saldo de muertos y heridos. Incluso se dieron casos de invasiones, porque no puede llamarse de otra manera, que habían sido ocupados por familias sin vivienda, por lo que muchas optaron por el perfil más bajo posible. Conocimos casos de familias que pagaron millones de bolívares para “comprar” un apartamento en un edificio ocupado, que después al ser desalojado por la policía, quedaban nuevamente en la calle y sin ningún sitio para acudir a denunciar la estafa, pues habían sido echados por las mismas personas, policías, a los cuales les habían realizado el pago. Sin embargo nadie hablaba abiertamente del negocio en que se habían convertido algunas ocupaciones, pues no había que darle “armas a la derecha” y todo dependía de la permanencia de Chávez en el poder.

Desclasados, especuladores…

Años después el microcapitalismo instalado dentro de los edificios “ocupados” ya no daba espacio para reivindicarlos a priori desde una perspectiva revolucionaria. A partir del año 2010 incluso grupos armados “insurgentes” del oeste de Caracas comenzaron a participar en el negocio, invadiendo incluso edificios habitados. Uno de los procedimientos era ingenioso y aprovechaba los fantasmas que habían creado los medios privados sobre ellos. Especialmente en el centro de Caracas un grupo identificado como perteneciente a los “colectivos armados” intentaba invadir un edificio en el que habían detectado apartamentos vacios, en horas de la madrugada. Los vecinos alarmados llamaban a la policía, la cual se presentaba en el sitio y “desalojaba”, entre comillas, a los ocupantes, quienes se retiraban amenazando a los vecinos que volverían de nuevo. Horas después un nuevo grupo se presentaba en el edificio diciendo que ellos sí eran del “colectivo armado” y que los primeros eran unos impostores, que buscaban desprestigiarlos, por lo que ellos tenían que quedarse en el edificio para, supuestamente, cuidar a los vecinos y repeler a los charlatanes. Dependiendo del grado de temor de los vecinos podían ocurrir varias cosas: Que aprobaran la presencia del “colectivo”, quien por la vía de los hechos, y con el apoyo de algunos de los inquilinos a quienes les habían prometido la propiedad del apartamento, comenzaba a “organizar” la convivencia en el inmueble, lo cual incluía habitar las plazas desocupadas. Otra segunda modalidad, que fue la que más se aplicó, era que a los vecinos se les cobrara “un aporte” para que el “colectivo” cuidara los edificios de posibles nuevas invasiones, comprometiéndose a realizar rondas diarias de vigilancia y colocar señales que evidenciaran que el edificio estaba “apadrinado”. En otros casos los vecinos se negaron a las dos modalidades anteriores, exigiendo que se retiraran tras descubrir que el primero y segundo grupo era la misma gente y todo era un engaño. Muchos otros edificios “ocupados” siguieron la degeneración presente en el 2004, convirtiéndose en centros de tráfico de drogas, conchas para secuestros, así como depósitos de objetos y vehículos robados.

Llegará un día en que estos supuestos “insurgentes” ya no tengan el amparo de los funcionarios, con lo que aparentar o ser bolivariano dejará de dar beneficios económicos. Ese día tocará a los verdaderos revolucionarios saldar algunas deudas con estos mercenarios, y limpiar el nombre y las ideas por las que muchas personas han dado su vida. Por ahora creemos que el movimiento de ocupación auténtico se encuentra en las periferias de las ciudades, donde las familias sin vivienda continúan tomando terrenos, plantando una lámina de zinc y estableciendo relaciones de solidaridad para optar por una vida digna, en circunstancias difíciles en donde nadie puede especular con las necesidades de sus hermanos de clase.