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Hace treinta años: Felipe González, líder del PSOE, accedía al poder

par Lutte Ouvrière

Publie le Viernes 4 de enero de 2013 par Lutte Ouvrière - Open-Publishing

Hace treinta años, en diciembre de 1982: Felipe González, líder del Partido Socialista accedía al poder.

Fue hace treinta años, al final de las elecciones legislativas de octubre de 1982, Felipe González, dirigente del PSOE, mayoritario en estas elecciones con el 48% de los votos y 118 diputados, era nombrado presidente del gobierno. A su izquierda, el Partido Comunista de Santiago Carrillo recogía el 4,02% de votos, y solamente cuatro escaños.

Siete años antes, el 20 de noviembre de 1975, moría Franco. A los militares en el poder desde hacía treinta y seis años, responsables de una represión brutal, de la falta de libertades y de la miseria de las clases populares, solo les quedaba ya dejar el primer plano de la escena política, dejando a los dirigentes de partidos civiles establecer un régimen semejante al que existía en otros países europeos: una democracia burguesa al servicio de los poderosos.

La « transición » un riesgo calculado por la burguesía…

A partir de 1976 se había abierto un periodo de transición, marcado por reformas institucionales. Marcado también por el desarrollo de una formidable esperanza entre las clases populares. La pequeña burguesía, que quería más libertades en todos los terrenos de la vida política, social y cultural, pudo rápidamente sacar provecho y conseguir el derecho a expresarse y a vivir libremente. La sociedad respiraba. Los políticos de los partidos de derecha sumados al parlamentarismo, como los partidos de izquierda, querían conquistar su electorado potencial y se presentaban como los mejores garantes de las reformas democráticas.

Pero, la clase obrera, que había pagado un enorme tributo durante la dictadura, debería darse cuenta que el sistema que se establecía no estaba destinado a limitar la sed de beneficios de los capitalistas y los banqueros. Éstos solo aceptaban reformas “democráticas” a condición de que les dejasen plena libertad para explotar a la clase obrera.

Sin embargo, en el curso de los últimos años de la dictadura, las clases populares habían llevado adelante huelgas, manifestaciones, para imponer su derecho a organizarse, a expresarse y también a defender los salarios, el empleo y para conseguir condiciones laborales más dignas. Una esperanza que los exilados políticos del periodo franquista compartían preparando su retorno a España.

Los dirigentes políticos de derecha que habían visto cómo, el fin de la dictadura en Portugal en 1974, había supuesto una crisis social y política, optaron por apoyarse en los partidos de izquierda que se estaban reconstruyendo (el PCE y el PSOE) para integrarlos en la “transición”.

…pero negociada calladamente con los partidos de izquierda, a expensas del movimiento obrero

Los dirigentes de los partidos de derecha y de centro provenientes del franquismo tomaron la iniciativa en esta arriesgada transición política. Sabían que no tenían la confianza de las clases populares, ni la de una gran parte de la pequeña burguesía. Estaban divididos en la cuestión de Europa, estaban también muy divididos sobre la actitud a tener frente a los militares, nostálgicos de la dictadura. Pero sabían que la integración de España en la Unión Europea, deseada por la burguesía española, solo sería posible si la “transición” se gestionaba en calma.

Ante la imposibilidad de los partidos de derecha de conseguirlo, era necesario por tanto dirigirse a los dirigentes de los partidos políticos capaces de canalizar las luchas y las esperanzas de las clases populares, es decir el Partido Comunista y el Partido Socialista, el PSOE.

Santiago Carrillo, por el PCE, y Felipe González, por el PSOE, habían ofrecido sus servicios. Pero para conseguir ser legales, debían dar pruebas de sumisión y de lealtad a la burguesía, a la clase política y a los militares que habían tenido las riendas del aparato del Estado. Debían aceptar que el futuro régimen parlamentario fuera una monarquía.

Un paso difícil de franquear para los partidos de la izquierda. Era un sapo muy difícil de tragar para los militantes de izquierda, y principalmente, para los del PCE. Los dirigentes del Partido Comunista acabaron por resolverlo firmando un acuerdo secreteo de sumisión a esta condición que le abría las puertas a la legalización.

Pero tuvieron que aceptar todavía otra renuncia de consecuencias más duras, exigida un poco más tarde. Los dirigentes del PSOE, como los del PCE, tuvieron que comprometerse a no cuestionar el orden social. Una serie de acuerdos conocidos con el nombre de Pacto de la Moncloa, firmados en octubre de 1977, establecía que los nuevos partidos debían renunciar a organizar luchas sociales si querían tener su espacio en el nuevo régimen.

El PSOE se comprometió en esta vía sin demasiados problemas. Pero estos compromisos fueron más difícilmente aceptados por los militantes del PCE, el partido que tenía más crédito en el mundo obrero. Una credibilidad que había ganado organizando a los trabajadores a pesar de la dictadura. Sus militantes estaban en el origen de la creación de numerosos sindicatos combativos, como Comisiones Obreras. El Pacto de la Moncloa no fue impuesto a las organizaciones sindicales, sino a través de la sumisión de los representantes políticos de la izquierda, y en especial, la del PCE, que provocó una gigantesca decepción.

Esta traición trajo un retroceso de la esperanza, un retroceso de la confianza de la clase obrera en sus dirigentes. Un retroceso que todavía hoy tiene repercusiones.

El declive del PCE abre el camino al PSOE

Se vio, al día siguiente de la firma de estos acuerdos, a los responsables del PCE proponer la calma social. Lo que supuso la desmoralización de las fracciones más combativas de la clase obrera. La sumisión política a las exigencias de los representantes políticos de la burguesía abría una vía factible a los dirigentes del Partido Socialista, el PSOE, que había jugado un papel secundario en las luchas contra la dictadura. El PSOE supo sacar provecho de la situación. Supo navegar sobre las desilusiones de los militantes del PCE, sobre los descontentos, sobre el miedo a un golpe de los militares contra la democracia parlamentaria renaciente. Y, de subida electoral en subida electoral, accedió a la mayoría parlamentaria.

En diciembre de 1982, tras la victoria electoral del PSOE, Felipe González se convertía en jefe de gobierno. El PSOE se había convertido a los ojos de la burguesía en un partido susceptible de asegurar la responsabilidad del poder. Ganó la confianza de amplias capas de la pequeña burguesía. Las clases populares, decepcionadas por el PCE esperando que un gobierno socialista aportara un cambio, jugaron a partido ganador.

La etapa de retorno a la democracia parlamentaria estaba cerrada. Los dirigentes del PSOE estaban en situación de inscribirse en una política de alternancia de poder, como en las otras “democracias” europeas. En cuanto a los sindicatos, que generaciones de militantes habían conseguido construir al precio de inmensos sacrificios, fueron invitados a servir de correa de transmisión del nuevo poder establecido.

Henriette MAUTHEY

Lutte Ouvrière

Voz Obrera

Traducción de F.P.